Con frecuencia escuchamos decir que podemos hacer uso de los recursos naturales, como el sol, por ejemplo, porque “el sol no pasa factura”. Cuando las gentes dicen esto, por lo general no se percatan de la verdad tan grande que están diciendo. ¿Se imagina usted qué sucedería si Dios nos pasara factura por cada uno de los bienes que usamos de la naturaleza que él creó? Ni toda la fortuna del mundo bastaría para pagar un solo rayo de sol. Ni toda la fortuna del mundo bastaría para pagar una sola gota de agua. Toda la fortuna del mundo sería insuficiente para proporcionarnos un solo átomo de oxígeno natural. Porque no tenemos con qué producir o pagarnos ese lujo, Dios nos lo da todo de gracia. La providencia divina es la que nos sostiene en este mundo, y eso es algo elemental como principio de mayordomía.
No sólo somos criaturas de Dios, sino que
vivimos, y nos movemos y somos por su benevolencia y voluntad; sin ese
beneplácito del Padre Celestial, al instante dejaríamos de ser. El apóstol
Pablo ya lo decía a los epicúreos y a los estoicos en el areópago, allá en
Atenas, hace cerca de dos mil años: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y
somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje
suyo somos” (Hechos 17:28).
El diccionario define la palabra “mayordomo”
como el criado principal de una casa o hacienda. ¿Se acuerda de José?, él era
mayordomo en la casa de Potifar, allá en Egipto: “Así halló José gracia en sus
ojos, y le servía; y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo
lo que tenía” (Génesis 39:4).
La historia bíblica del Génesis nos da
claros indicios de que José sabía muy bien cuál era su posición como mayordomo,
y cuál era la principalía de su amo quien lo había puesto a administrar su
casa. Pero, ¿sabemos nosotros esto con respecto a nuestra relación con Dios?
¿Estamos conscientes de cuál es nuestro papel como mayordomos de Dios en este
mundo?
He visto en algunos negocios de cristianos
un letrero que reza “Dios es mi socio”. Es claro que cualquiera que crea esto,
está totalmente equivocado de su verdadera posición frente a Dios. No es
posible que podamos ser socios con Dios o que Dios sea socio con nosotros, por
el solo hecho de que no podemos igualarnos con Dios. Por ideas como esta es que
se hace pertinente explicar algunas cosas respecto de la mayordomía bíblica.
1.- La Mayordomía Bíblica Nos Enseña Que Dios es Nuestro
Dueño.
Como Creador, Dios tiene el derecho de
autoría, pero mucho más que el derecho de autoría, existe la insubordinable
soberanía que ostenta por ser Dios. O sea, sólo por el hecho de ser Dios, Él es
que manda, Él es el que pone las reglas, Él es el que dicta las leyes. Y en este
sentido Dios ha establecido las leyes espirituales, bajo las cuales se rige el
comportamiento de los seres humanos, y Él ha establecido las leyes físicas,
bajo las que se rige el universo. La violación a las leyes físicas tiene una
consecuencia, cuyos resultados se ven, por lo general, inmediatamente; pero la
violación a las leyes espirituales, no necesariamente el hombre se percata de
sus consecuencias en el instante en el que las viola, pero sí se ven las
consecuencias tarde o temprano, y se verán en el día del juicio final de una
forma dramática. De modo que, toda argumentación en contra de la soberanía de
Dios sobre nosotros, no deja de tener sus consecuencias eternas, una
trascendencia que debe espantar a cualquier mortal.
En materia de mayordomía, una manera como
Dios pesa nuestra fidelidad hacia él es por medio del diezmo. Dios ha
establecido el diezmo desde el principio, tanto antes, durante y después de la
ley. En el Antiguo Testamento el cumplimiento de esta exigencia de Dios se
manifestaba en la vida del pueblo de Israel; y en el Nuevo Testamento en la
persona de Cristo y en su iglesia. Los primeros indicios del diezmo los
encontramos en la vida de Abraham, pues él dio los diezmos a un personaje que
era tipo de Cristo, a Melquisedec (Génesis 14:20), y esto ocurrió mucho antes
de que le fuera dada la ley al pueblo de Israel. Entonces,
si Abraham, el padre de la fe, dio los diezmos a Melquisedec, quien era tipo de
Cristo (su sombra), mucho más debemos dar los diezmos a Cristo, el verdadero
sumo sacerdote para siempre: “donde Jesús entró por nosotros como precursor,
hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Hebreos
6:20). Jesucristo es el heredero de
todos los bienes de Dios, y nosotros coherederos con Cristo por la fe que hemos
depositado en él. Esto hace tan trascendente la mayordomía que lo único que
podemos decir es ¡Qué lamentable si no decidimos ser fieles en nuestros diezmos
y ofrendas!
Otra idea que se desprende de la verdad de
que Dios es el dueño, es que él nos va a llamar a cuentas: “Porque es necesario
que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno
reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea
malo” (2 Corintios 5:10). Los que niegan la soberanía divina piensan que no tendrán
que dar cuenta de lo que han estado haciendo con la vida que Dios les ha concedido,
pero se llevarán tremendo susto cuando pasen a la otra vida. Desgraciadamente,
muchos quieren vivir su vida sin restricción alguna, dándole riendas sueltas a
sus pasiones y deseos. Su rebeldía es notoria en el rechazo que esgrimen a los
derechos de Dios sobre ellos. Piensan que se van a pasar la vida haciendo y
deshaciendo, y que no les va a pasar nada; pero la verdad es que un día nos
tendremos que presentar delante del Juez justo para dar cuenta de nuestra vida.
No hemos sido dejados aquí a nuestro antojo, sueltos como chivos sin ley. ¡No!,
Dios está más pendiente de nosotros de lo que nos imaginamos. ¡Ojalá que hoy
entendamos eso para nuestro bien! Es por esto que Dios quiere que arreglemos
cuenta con él antes que llegue el día en el que tengamos que rendir cuentas
definitivas, cuando ya no habrá vuelta atrás, ni oportunidad para el perdón;
por eso nos dice hoy: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si
fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
2.-
La Mayordomía Bíblica Nos Enseña Que Somos Propiedad de Dios.
El principio fundamental de los versículos
que nos sirven de inspiración para nuestro sermón en el Salmo 24:1,2 es que
todas las cosas son propiedad de Dios, incluyéndonos a nosotros mismos. El
Salmo 100:3 nos lo refiere de una forma elocuente: “Reconoced que Jehová es
Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas
de su prado”. Todo es de Dios, y él tiene jurisdicción absoluta sobre nosotros:
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del
hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).
Nuestras vidas están en las manos de Dios,
y él hace con ellas lo que él quiera. Sin embargo, esto no significa que Dios
actúe de manera arbitraria, sino que todo depende de nuestra decisión de
reconocer o no su señorío sobre nosotros. Dios no nos ha creado para hacernos
mal, sino para hacernos bien, tal y como son sus palabras tan hermosas dichas a
su pueblo Israel en un momento de su historia: “Porque yo sé los pensamientos
que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para
daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11). Esto debería hacernos sentir
confiados de Dios todos los días de nuestra vida, y de sabernos seguros en sus
manos como su propiedad. Esa clase de paternalismo es saludable para poder
tener una mente y un cuerpo sanos. Siendo consecuente con este principio es que
Jesús nos dice: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis
de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir.
¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las
aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro
Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién
de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por
el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen:
no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió,
así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en
el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué
vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre
celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana
traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:25-34).
Aunque Dios es nuestro dueño, él anhela
tener una relación con nosotros como la que tiene un padre con un hijo, por eso
nos hizo a su imagen y semejanza, para que tengamos la capacidad de
comunicarnos con él de manera inteligente: “Entonces dijo Dios: Hagamos al
hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces
del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en
todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26,27). Pobre del
que desconozca esta gran verdad de que el deseo de Dios es que seamos sus
hijos: “Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas,
dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:18).
3.- La Mayordomía Bíblica Nos Enseña La Bendición de
Obedecer.
En Malaquías tenemos la queja de Dios por
la infidelidad general de su pueblo Israel, y de manera muy particular por
faltar en lo concerniente al diezmo. A ellos Dios les llama ladrones, y ese
calificativo es el mismo para nosotros hoy, toda vez que nos quedemos con lo
que no nos corresponde, porque el diezmo es de Dios: “¿Robará el hombre a Dios?
Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En
vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la
nación toda, me habéis robado.” (Malaquías 3:8,9). Y esta severidad de Dios se
hace notoria también en el Nuevo Testamento en la vida de la naciente iglesia
primitiva, cuando Ananías y Safira fueron duramente sancionados por Dios, con
la muerte de ambos, por su falta de fidelidad y por su hipocresía (Hechos
5:1-11).
Pero vemos allí en Malaquías, donde las
palabras de Dios son severas contra los infieles, que el perdón de Dios está a
las puertas para el que decida obedecer. Malaquías habla de Bendiciones
sobreabundantes. Dios no sólo nos proporciona la vida, sino que está dispuesto
a bendecirnos sobreabundantemente si obedecemos a su palabra: “Traed todos los
diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice
Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y
derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías
3:10).
Es bueno que entendamos, de una vez por
todas, que el beneficio de dar para la causa de Cristo es para nosotros, no
para Dios. Como alguien ha dicho ¨Cuando diezmamos, Dios no gana nada, pues él
no necesita nada de nosotros, sino que somos nosotros los que ganamos, pues
recibimos la aprobación de él por reconocerlo como nuestro dueño¨.
Note que Dios es tan bueno que, siendo él
el dueño, él nos da a nosotros el noventa por ciento de lo que producimos en su
mundo, y él sólo nos exige el diez por ciento. En realidad, debería ser al
revés. ¿Se imagina lo que pasaría si a Dios le diera la gana de quedarse con
todo? Pero asómbrese aún más, cuando nosotros traemos los diezmos al templo,
esos recursos son usados para nuestro propio beneficio. ¡Nuestro Dios es
increíble!
A pesar de ser Dios el amo por excelencia,
muchos prefieren hacer tratos con el diablo, y así viven sufriendo las
consecuencias de una relación tan desastrosa, ya que la Biblia nos dice cuál es
el resultado de hacer pactos con Satanás; pues la miserable paga que da el
diablo es la muerte, pero Dios nos da como regalo la vida eterna: “Porque la
paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús
Señor nuestro” (Romanos 6:23). Note que, siendo merecedores de nada, Dios nos
da lo mejor, la vida eterna; y contrario a esto, usted puede trabajar toda su
vida para Satanás, y al final, lo que recibirá como pago, será la muerte, la
separación eterna de Dios. ¡Ese es un pésimo negocio!
Cuando somos obedientes y reconocemos las
demandas de Dios para nosotros, entonces somos parte del reino de Dios, y todo
lo que somos y tenemos lo ponemos al servicio del Señor, y de esta manera se
cumplen las demandas del Señor para con nosotros, y sobre todo, cumplimos
nosotros la gran comisión (Mateo 28:18-20). Una buena administración de
nuestras vidas, de nuestros bienes y de nuestros dones y talentos es lo que
Dios desea para nuestra felicidad y provecho. Espero que así lo hagamos para
nuestro bien.
Sermón predicado en la Primera Iglesia Bautista de Mao, República Dominicana, el 25 de julio de 2010.