jueves, 30 de abril de 2009

JEREMIAS, EL PROFETA BAJO FUEGO.

Jeremías y Lamentaciones


Se ha identificado a Jeremías como el ¨profeta llorón¨, pero creo que es injusto este apelativo, pues los lamentos de Jeremías obedecieron a situaciones, que por su gran celo por el pueblo de Dios lo impulsaron a comportarse en la manera como lo vemos en sus dos libros en la Biblia. Si vamos a llamar a Jeremías de esta manera, entonces tendremos que identificar a muchos siervos de Dios que han derramado sus lágrimas por el celo de las cosas santas al través del tiempo, a los que también les cabría el mote de ¨llorones¨. Pero en definitiva, me parece que es mucho mejor quejarse delante de Dios que delante de los hombres, como ya hemos expresado en el caso de Job.

Hay que estar en el pellejo de Jeremías para poder darse cuenta de los motivos de sus reacciones. Jeremías estuvo durante todo su ministerio profético bajo el fuego de su propio pueblo, bajo el fuego de los enemigos de Israel y bajo el fuego purificador de Dios. Fue llamado por Dios cuando era apenas un muchacho. El mismo le dice a Dios: ¨¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño¨ (Jeremías 1:6). Aquel parecía un buen argumento, pero Dios no acepta objeciones; cuando él nos llama, él sabe lo que hace, por eso le responde a Jeremías: ¨No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande¨ (Jeremías 1: 7).

El llamado de Dios a Jeremías había venido desde mucho antes de que él fuera siquiera concebido: ¨Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones¨ (Jeremías 1: 5). He aquí uno de los grandes misterios de la predestinación, somos elegidos en la presciencia de Dios. Cada uno de los seres humanos trae consigo una serie de componentes preestablecidos tanto en la genética como en la urdimbre espiritual, somos portadores de dones que nos han sido dados por Dios para la realización de nuestra misión en la vida. Lamentablemente muchos de nosotros nos resistimos a esa determinación divina, y por ese motivo no elegimos la carrera u oficio para los cuales hemos sido condicionados por Dios. Todo esto entraña una gran miopía espiritual, una desconexión rabiosa de Dios que nos lleva, en la mayoría de los casos, a la frustración.

Esta intervención de Dios en nuestra personalidad no tiene nada que ver con el destino, puesto que el concepto de ¨destino¨ invalida al hombre de su capacidad de determinar por sí mismo sus propias acciones, y Dios no coarta al hombre su derecho de decidir su propia vida, que es lo que se llama el ¨libre albedrío¨. Sin embargo, el no atender a lo establecido por Dios en lo intrínseco de nuestras vidas, acarreará graves daños en nuestro desarrollo, y nos incapacitará para lograr la felicidad y la realización personal efectiva. Hay una fueraza interior que grita a cada individuo y lo hace inclinar por aquellas cosas para las que ha sido dotado, esta es la manera como Dios actúa en nuestras conciencias.

Al hablar de este tema no puedo evitar pensar en la gravedad del crimen del aborto, puesto que si cada persona ya existe en la preconcepción divina, cada uno es persona mucho antes de ser concebido, ya en los propósitos eternos de un Dios Todopoderoso.

En definitiva entonces, la vocación a la que nos inclinamos de manera natural y que nos hace elegir una carrera, ya sea de manera empírica o académica, obedece a ese llamado que Dios ha colocado en nuestros genes en el momento de nuestra concepción. Por otro lado, el don espiritual que recibimos en el momento de nuestro nuevo nacimiento, o sea cuando nos convertimos, y que es algo que nos capacita para ejercer un ministerio dentro de la iglesia, es algo que ya estaba ordenado por Dios para nosotros, por eso dice la Biblia que el don lo recibimos según nuestra capacidad: ¨ a uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad¨ (Mateo 25: 15).

Es por eso que Jeremías no tiene razón cuando dice que es muy niño para poder llevar a cabo la tarea encomendada por Dios. Es que aunque él no lo sabía, él había sido dotado de una capacidad especial para hacer conforme a lo que Dios quería que hiciera. Cada creyente debe preocuparse por descubrir sus dones para ponerlos al servicio de Dios y de sus semejantes.

Todo llamado entraña una gran responsabilidad. En el caso de Jeremías, él corría graves riesgos al hacer la voluntad de Dios en condiciones altamente hostiles. Muchos de nosotros quizá no nos veamos sometidos a las presiones que sufrió Jeremías o a las que tienen que enfrentarse muchos siervos del Señor en muchas partes del mundo hoy, y quizá eso no nos haga ver la trascendencia de nuestro llamado, pero ¿qué pasaría si de pronto tuviéramos que obedecer a Dios en situaciones de fuego como las que vivió Jeremías?, ¿piensas que estarías preparado?

Para conocer como podemos enfrentarnos a situaciones como las de este valiente profeta, veamos como encaró Jeremías todas esas realidades desafiantes en la batalla de su vida.

I.- Jeremías Bajo el Fuego Mortificante de su Propia Nación.

Jeremías profetizó durante los reinados de Josías, Joacín y Sedequías, reyes de Judá. Como hemos dicho, siendo muy joven, Dios lo llamó para ejercer su ministerio. Es de todos sabido que Josías realizó una serie de reformas en Judá con el propósito de que la nación volviera a los caminos del Señor, pero esto no bastó para un sincero arrepentimiento de la nación judía. Jeremías era testigo de la condición espiritual calamitosa de su pueblo, y ha de haber compartido junto a Josías la preocupación que esto generaba en sus corazones. Tener que ser el vocero de Dios frente a la desobediencia de la nación, era algo verdaderamente peligroso, pero Jeremías asumió el reto, y con una temeridad admirable.

Se puede decir que Jeremías no tenía miedo de que lo mataran, pues él había encarnado la indignación divina, y se había tomado para sí la causa de Dios. Ese es el tipo de hombres y mujeres que Dios necesita en todos los tiempos, que estén verdaderamente comprometidos con su causa, que se desvelen por el llamado de Dios y que el celo de las cosas santas corra por sus venas.

Pararse en un lugar público y gritar, proclamar, predicar la verdad de Dios, el juicio que se avecina para una ciudad pecadora y rebelde, requiere de convicción, de firmeza y de mucho valor. Es en circunstancias similares que el himno Firmes y Adelante cobra vida y significado para cualquier iglesia y para cualquier creyente. Cuando las iglesias tienen que enfrentarse a la maldad de este mundo y por ello tienen que sufrir persecuciones y sufrir penalidades, es cuando los episodios bíblicos como los narrados en el libro de Jeremías y las oraciones de Lamentaciones, cobran verdadero sentido.

Pero Jeremías no estaba solo en esta batalla contra la insensatez de su nación, había otros que como él luchaban en otros frentes, estamos hablando de Nahum y Habacuc profetas que fueron contemporáneos con Jeremías y que fueron testigos de los mismos episodios, y compartieron la misma preocupación. Uno de los episodios más tristes y decisorios en la vida de Jeremías fue cuando Josías fue muerto por los egipcios bajo el mando del Faraón Necao. Este fue el inicio de la decadencia total de Judá. Este hecho marcó severamente la vida de los judíos, los cuales se unieron a Jeremías en su gran lamento: ¨Y Jeremías endechó en memoria de Josías. Todos los cantores y cantoras recitan esas lamentaciones sobre Josías hasta hoy; y las tomaron por norma para endechar en Israel, las cuales están escritas en el libro de Lamentos¨ (2 Crónicas 35: 25). ¿Se da cuenta de lo que empezamos diciendo?, Jeremías no llora por simple sentimentalismo, sino porque su alma se derrama en gran tristeza viendo la desgracia y el avasallamiento que se avecina para su nación.

Ahora Judá sí que entraba en un periodo oscuro bajo el reinado de Joacín, un títere del Faraón egipcio. Este rey echó para atrás todas las reformas espirituales de Josías y reeditó los cultos paganos en Israel. A tal grado había llegado la corrupción espiritual, que el propio pueblo, al unísono con las mujeres insensatas de Judá, contiende con el profeta en un esfuerzo por justificar sus malas acciones: ¨La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno. Mas desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramarle libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos. Y cuando ofrecimos incienso a la reina del cielo, y le derramamos libaciones, ¿acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones, sin consentimiento de nuestros maridos? Y habló Jeremías a todo el pueblo, a los hombres y a las mujeres y a todo el pueblo que le había respondido esto, diciendo: ¿No se ha acordado Jehová, y no ha venido a su memoria el incienso que ofrecisteis en las ciudades de Judá, y en las calles de Jerusalén, vosotros y vuestros padres, vuestros reyes y vuestros príncipes y el pueblo de la tierra? Y no pudo sufrirlo más Jehová, a causa de la maldad de vuestras obras, a causa de las abominaciones que habíais hecho; por tanto, vuestra tierra fue puesta en asolamiento, en espanto y en maldición, hasta quedar sin morador, como está hoy¨ (Jeremías 44: 16-22).

Ya muy temprano en Jeremías 5: 4-31, Dios acusa a los líderes políticos y religiosos de Israel con fuertes calificativos sentenciosos. Y en vez de arrepentirse ante todas estas denuncias de pecado y anuncios de juicio divino, la comunidad judía respondió indignada: ¨Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías mientras él pronunciaba estas palabras en la Casa del Señor. Y apenas Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había ordenado decir al pueblo, los sacerdotes y los profetas se le echaron encima, diciendo: "¡Vas a morir! Porque has profetizado en nombre del Señor, diciendo: Esta Casa será como Silo, y esta ciudad será arrasada y quedará deshabitada". Entonces todo el pueblo se amontonó alrededor de Jeremías en la Casa del Señor. Al enterarse de esto, los jefes de Judá subieron de la casa del rey a la Casa del Señor, y se sentaron para el juicio a la entrada de la puerta Nueva de la Casa del Señor. Los sacerdotes y los profetas dijeron a los jefes y a todo el pueblo: "Este hombre es reo de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como ustedes lo han escuchado con sus propios oídos". Pero Jeremías dijo a los jefes y a todo el pueblo: "El Señor es el que me envió a profetizar contra esta Casa y contra esta ciudad todas las palabras que ustedes han oído. Y ahora, enmienden su conducta y sus acciones, y escuchen la voz del Señor, su Dios, y el Señor se arrepentirá del mal con que los ha amenazado. En cuanto a mí, hagan conmigo lo que les parezca bueno y justo. Pero sepan que si ustedes me hacen morir, arrojan sangre inocente sobre ustedes mismos, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque verdaderamente el Señor me ha enviado a ustedes para decirles todas estas palabras" (Jeremías 26: 7-15).

Esta es sólo una muestra de todo el mal que Jeremías tuvo que soportar de su propia gente por anunciarles la palabra de Dios. Asimismo nuestro Señor Jesús, sus apóstoles y sus discípulos tuvieron que sufrir el rechazo, maltrato, y muerte departe del pueblo de Israel, principalmente de los líderes religiosos. ¿Cuánto estamos nosotros dispuestos a soportar por causa del evangelio?

II.- Jeremías Bajo el Fuego Oprobioso de Sus Enemigos.

Jeremías sufrió el rechazo de su propia nación como profeta, por causa de decir la verdad de Dios. Tuvo que ver como los reyes de Judá Joacim y Sedequías se convertían en títeres de las naciones enemigas de Judá. Jeremías tuvo que sufrir además el espanto de ver como las naciones de Egipto y Babilonia sirvieron como instrumentos de Dios para castigar a la nación pecadora de Judá. Tuvo Jeremías que ser testigo de sus propias profecías cuando el rey Nabucodonosor llevó en cautiverio lo que quedaba de Israel.

La ciudad de Jerusalén fue saqueada y quemada, sus muros derribados y el templo hecho ruinas. Todo esto había sido advertido por el profeta como vocero de Dios: ¨Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos: Por cuanto no habéis oído mis palabras, he aquí enviaré y tomaré a todas las tribus del norte, dice Jehová, y a Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo, y los traeré contra esta tierra y contra sus moradores, y contra todas estas naciones en derredor; y los destruiré, y los pondré por escarnio y por burla y en desolación perpetua. Y haré que desaparezca de entre ellos la voz de gozo y la voz de alegría, la voz de desposado y la voz de desposada, ruido de molino y luz de lámpara. Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años¨ (Jeremías 25: 8-11). No era agradable pronunciar estas palabras, pero era la verdad y Jeremías no podía hacer otra cosa que obedecer.

Pero Jeremías apunta que después de estos setenta años de cautiverio, Dios se acordará de Israel y entonces aparecen rayos de esperanza dentro de toda esta patente oscuridad: ¨Y cuando sean cumplidos los setenta años, castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación por su maldad, ha dicho Jehová, y a la tierra de los caldeos; y la convertiré en desiertos para siempre. Y traeré sobre aquella tierra todas mis palabras que he hablado contra ella, con todo lo que está escrito en este libro, profetizado por Jeremías contra todas las naciones. Porque también ellas serán sojuzgadas por muchas naciones y grandes reyes; y yo les pagaré conforme a sus hechos, y conforme a la obra de sus manos¨ (Jeremías 25: 12-14).

Las profecías de Jeremías contra los enemigos de Israel no sólo se refieren a Babilonia, sino también a Egipto, los filisteos, Moab, Amón, Edom y muchas otras. Estas naciones habrían de recibir su justo castigo al final de todo. Babilonia sería castigada por su arrogancia y sufriría la destrucción con todo y sus ídolos, y Dios utilizaría a los medos para llevar a cabo este plan.

Aunque quizá la nación de Judá y sus enemigos fueran escépticos acerca de estas predicciones, todo lo que se estaba cumpliendo ante sus ojos debía ser suficiente demostración de que lo que el profeta decía se cumpliría. La historia se ha encargado de corroborar la veracidad de sus palabras, y muchos de los cautivos que vivieron para contarlo, habrán visto con gran asombro el cumplimiento perfecto de la Palabra de Dios.

Era el profeta el que más sufría al ver a su nación sin soberanía de ninguna clase y encadenada. ¿De qué le servía a Israel la libertad, la independencia, si eran cautivos en su propio territorio? Eran cautivos, como lo son nuestras naciones de América Latina: Esclavos de la idolatría, esclavos del vicio, esclavos de la corrupción y de la injusticia social, y esclavos de Satanás. El tiempo pasa y pasa y estamos en el mismo lugar, estacionados en el mismo centro del atraso y la ceguera espiritual.

El enemigo fue mucho más cordial con Jeremías que lo que fue su propio pueblo con él. Aunque maniatado, se le da la opción de elegir quedarse a vivir en la arruinada Jerusalén. Jeremías acepta, pero ciertas maniobras políticas ocurridas en los conflictos internos de los remanentes dejados por los babilonios en Palestina, le obligan a huir a Egipto, donde finalmente se cree que murió.

III.- Jeremías Bajo el Fuego Purificador de Dios.

Aunque el profeta fue obediente a los mandatos de Dios, no comprendía muchas cosas por las que estaba pasando. Aquellos ataques parecían demasiado para él. Mucho más, entendiendo el alma pura y pacifista del profeta. Pero Dios lo había elegido a él para ponerlo como punta de lanza en el centro de una nación pecadora como Judá. Y no podía hacer otra cosa, estaba bajo la influencia poderosa del llamado irrevocable de Dios: ¨Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día¨ (Jeremías 20: 7, 8).

Jeremías se enfrenta a Dios a la manera de Job en medio de sus luchas interiores. Su lucha mental es tan fuerte y dolorosa, que llegó a maldecir el día en que había nacido: ¨Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito. Maldito el hombre que dio nuevas a mi padre, diciendo: Hijo varón te ha nacido, haciéndole alegrarse así mucho¨ (Jeremías 20: 14, 15). Fue durante este sufrimiento que el alma de Jeremías fue purificada.

De la misma manera nosotros seremos pasados por fuego, probados como se prueba el oro hasta que demos el resultado esperado por Dios, esa es la historia de todo verdadero cristiano, de aquellos que poseen una genuina fe. Esto es lo que nos dice el apóstol Pedro al respecto: ¨En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas¨ (I Pedro 2: 6-9).

Y es por todo esto que Jeremías puede ser considerado como figura de Cristo, habiendo padecido muchos de los padecimientos del Señor. Podría decirse que Jeremías experimentó su propio Getsemaní; si lee el libro de Lamentaciones se dará cuenta de lo que decimos. Y esto no fue en vano, pues tuvo el privilegio de vislumbrar en sus palabras proféticas los días de la gracia que se avecinaban para el pueblo de Israel y para el mundo en la persona del Mesías: ¨He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado¨ (Jeremías 31: 31-34). Esta es una nota de esperanza gloriosa en medio de tanto anuncio de calamidad.

Donde Jeremías corona su inquebrantable fe en Dios es en su libro de Lamentaciones, donde nos da claros indicios de su desesperada dependencia de Dios en su búsqueda de Justicia, y nos muestra su honda tristeza por la condición de su nación finalmente cautiva.

Pero Dios sabía lo que hacía cuando exponía a Jeremías a todas esas circunstancias. Muchas veces no entenderemos los caminos por los que Dios nos hace pasar, pero eso no significa que él no sepa lo que está haciendo. Nosotros tenemos que estar preparados, porque si Dios nos está haciendo pasar por tales presiones es porque nos quiere llevar a nuevas cumbres de conocimiento y bendición.

Leandro González.