domingo, 11 de enero de 2009

EL EXODO DEL PUEBLO DE DIOS

Exodo 8:1

¨Entonces Jehová dijo á Moisés: Entra á Faraón, y dile: Jehová ha dicho así: Deja ir á mi pueblo, para que me sirvan¨.

En nuestra plática anterior dejamos a la familia de Jacob en Egipto. La Biblia nos cuenta en Exodo que mucho tiempo después que José había muerto, ¨se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José¨ (Exodo 1:8). Este monarca, con el pretexto de que los hebreos habían crecido en número y que eran un pueblo próspero y fuerte, se apropió de sus riquezas y los esclavizó. Recordemos la promesa hecha a Abraham respecto de su descendencia: ¨Haré de ti una nación grande¨ (Génesis 12:2). Así que Dios está cumpliendo lo que prometió, porque Dios tenía un propósito con ese pueblo, y este es un punto que no podemos olvidar: Dios quería que este pueblo fuera la luz de las naciones (Exodo 19:5,6), que diera a conocer su nombre a las demás naciones de la tierra. Dios quería mostrar al través de su pueblo Israel su amor a los demás pueblos de la tierra.

El pueblo de Israel entra dentro del plan eterno de las edades de traer al mundo al Mesías Salvador, Cristo Jesús. Detrás de las intenciones del faraón está la mano de Satanás que tiene siempre la intención de estropear los planes de Dios. Así como en el Edén tentó a Eva y la indujo a pecar, de la misma forma ahora usa a este rey egipcio para maltratar al objeto del amor de Dios, a su pueblo, y lo quiere destruir cuando aún está en ciernes. Es lo que ha hecho siempre, es el enemigo de nuestras almas, el ¨príncipe de la potestad del aire¨, ¨el príncipe de este mundo¨ (Efesios 2:2; Juan 12:31), que se atrevió a tentar al propio Cristo.

Con el determinado propósito de destruir a Israel y hacerlo desaparecer de la faz tierra, Satanás sembró envidia, temor, miedo en el corazón de los egipcios hacia el pueblo de Israel, de modo que los esclavizaron. Esta esclavitud duró cuatrocientos treinta años. El pueblo de Israel, por ser el pueblo de Dios ha estado siempre en la mira del mundo con la intención de destruirle. Si revisamos la historia y los acontecimientos actuales nos daremos cuenta de esto. Todo esto ocurre por lo que dice la Biblia, que ¨el mundo entero está bajo el maligno¨ (I Juan 5:19).

Pero Satanás no ha podido nunca, ni podrá evitar que Dios cumpla su plan de salvar a la humanidad del pecado, así que veamos de qué manera Dios propicia el éxodo masivo de su pueblo para librarlo de la esclavitud egipcia y encaminarlos hacia la tierra prometida.

I. El Exodo del Pueblo de Dios Hacia la Libertad. Exodo 1-14

El pueblo de Israel en Egipto, necesitaba desesperadamente un libertador. De ese libertador y de esa libertad nos habla el libro de Exodo.

Toda la sucia trampa de Satanás no logró cambiar los planes de Dios. Nos podemos dar cuenta que es el mismo enemigo que obra al través de los hombres y de los hechos de la historia, siempre con la misma intención de destruir lo que Dios construye. El mismo infanticidio que cometió el Faraón en Egipto contra los niños hebreos, es el que cometió Herodes contra los inocentes de Judea con la intención de matar a Jesús cuando era niño. Pero Dios se adelanta siempre a los planes maléficos del enemigo. Aún en contra de la orden del faraón, dos mujeres temerosas de Dios decidieron proteger la vida de los niños hebreos. Sus nombres han quedado como testimonio de la providencia divina al través de la historia: Sifra y Fúa (Exodo 1:15). De este modo Moisés, el libertador de Israel, pudo ser preservado, y ¡de qué manera!, nada más y nada menos que en el mismo corazón del enemigo, en el palacio del rey, dentro de su propia familia. Aquí vemos como Dios se burla de las intenciones de Satanás, y pasa por encima de sus pretensiones.

Durante su estadía entre la familia real, Moisés estuvo siendo preparado para conocer los secretos del poder y tener influencia dentro del palacio. Pero su destino no era llegar a ser un faraón en Egipto, ni un gobernador como José, sino que la misión que Dios tenía para él era libertar a su pueblo Israel.

Moisés, pese a ser criado por la hija del faraón, conservó su nacionalismo hebreo, que demostró en su momento al matar a un egipcio que maltrataba a uno de su pueblo, y esto lo convirtió en un fugitivo. Pero Dios tenía preparado para él una experiencia que cambiaría para siempre su vida. A estas alturas de su vida Moisés contaba con cuarenta años. En su huida para salvar la vida, Moisés tuvo un encuentro con Dios, que le prepararía para recibir las instrucciones de Dios acerca de los planes para convertirlo en el libertador de Israel. Esta preparación en el desierto duraría un período de otros cuarenta años. Como nos dice Jhon C. Maxwell en su libro Corramos con los Gigantes, ¨Moisés pasó de la zona de seguridad en la casa del Faraón, a la zona de riesgo en el desierto¨.

Salvado de forma milagrosa de la muerte cuando era niño, Moisés, cuyo nombres significa ¨salvado de las aguas¨ ahora comprendía que Dios lo había apartado desde el vientre de su madre para una obra especial (Gálatas 1:15). Si bien cada uno de nosotros, por ser creado a la imagen y semejanza de Dios, es especial, mucho más lo son los hijos de Dios, a los cuales él les da su Espíritu Santo y les da dones especiales para que realicen proezas que el hombre común no puede realizar.

Dios hizo que la vara de Moisés se convirtiera en un símbolo de la presencia de Dios en su vida. Porque el poder en el que Moisés habría de libertar a Israel no era humano, sino divino, porque los enemigos del pueblo de Dios no son meramente humanos, como Dice el apóstol Pablo en Efesios que nuestra lucha no es ¨contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes¨ (Efesios 6:12). Y por eso nos manda a vestirnos de ¨toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo¨ (Efesios 6:10-13). El cristiano que no entiende esta verdad, estará siempre a merced del enemigo.

Moisés no iría a Faraón en su nombre, sino en el nombre de Jehová, el ¨ YO SOY EL QUE SOY¨ (Exodo 3:14), El Eterno, el único Dios verdadero, ¨el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob¨ (Exodo 3:16). Moisés no iría a reclamar a faraón que dejara salir a su pueblo con su propia fuerza, sino con la mano fuerte de Jehová (Exodo 13:3).

Era necesario para Moisés que Dios se le revelara, Dios es siempre quien se nos ha revelado, él no está oculto, él se revela de muchas maneras, pero el hombre impío y pecador no le ve, por la dureza de su corazón. Si usted quiere ver a Dios, lo verá, porque él no está oculto de nosotros, sino accesible, a nuestro alcance, para que le conozcamos.

Y Moisés supo de Dios y supo de la manera como Dios quería realizar su obra al través suyo, aún cuando él mismo se confesó incapaz (Exodo 4:10). Eso es lo que Dios quiere, que reconozcamos nuestra incapacidad, nuestra impotencia, ¨para que su poder sea perfeccionado en nosotros precisamente en medio de nuestra debilidad, para que su gracia nos baste¨ ( 2 Corintios 12:9), y vivamos dependientes de él todo el tiempo, como debe ser, por cuanto somos criaturas suyas (Salmo 100: 3).

Pero el Faraón, en su obstinación, ignoró todas las manifestaciones divinas obradas al través de Moisés y de su hermano Aarón, y entonces ocurrió lo inevitable. Después de ser castigados con nueve plagas que mostraban la supremacía del Dios de Israel sobre los falsos dioses egipcios, Dios, con dolor de su corazón, ejecutó la última plaga que habría de conmover el corazón de Faraón y de toda la nación egipcia: La muerte de los primogénitos de Egipto. Por haberse negado a hacer conforme a lo que Dios ordenaba, vinieron todas estas cosas terribles sobre los egipcios, y entonces ahora, era el mismo que Faraón apremiaba a los hebreos para que se marcharan.

Esta huida fue de bendición, este éxodo enriqueció a los hebreos, y así ¨despojaron a los egipcios¨, dice la Biblia en Exodo 12:36.

Pero aún les faltaba una prueba antes de salir del alcance de sus enemigos: Cruzar el Mar Rojo. En esta experiencia Dios les mostró su gran poder, tanto a ellos como a sus enemigos, que quedaron avasallados. En todo esto fue evidente el obrar sobrenatural de Dios. No hubo nada casual ni fortuito en todo lo acontecido. Era evidente que Dios estaba guiando a su pueblo hacia la libertad. Hasta los propios egipcios reconocieron esto: ¨Huyamos de delante de Israel, porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios¨ (Exodo 14:25).

Recordamos hoy las palabras dichas a Abraham: ¨Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren, maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra¨ (Génesis 12:3) ¡Cuántas veces en la historia se ha cumplido esta sentencia con relación al pueblo de Israel!

II. El Exodo del pueblo de Dios Hacia Un Encuentro Espiritual. Exodo 15-20

Luego que Moisés, con el brazo fuerte de Dios, sacó a Israel de Egipto, lo llevó por el desierto hacia un encuentro con Dios en el monte Sinaí. Este sería el inicio de un período de cuarenta años que se ha denominado como tiempo de disciplina, ya que Israel es nombrado como ¨un pueblo rebelde y contradictor¨(Romanos 10:21).

En el monte Sinaí habrían de recibir de Dios los Diez Mandamientos, la constitución del pueblo de Dios, por decirlo así. En ese encuentro con Dios ocurrieron muchas cosas. Dios entregó a Moisés ¨dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios¨ (Exodo 31:18) Dios inspiró a Moisés para escribir revelaciones de cosas que hasta ese momento habían sido de conocimiento solamente oral. Como sabemos, Moisés es el autor de los cinco primeros libros de la Biblia, llamados Pentateuco. Seguramente que en su encuentro con Dios en el Sinaí, Dios le dio detalles especiales del Génesis, la revelación de las cosas de las que el hombre no pudo haber tenido noción por sí mismo.

En el Sinaí, el monte de Dios (Exodo 18:5), Dios dio a Moisés el Decálogo y también le dio mandamientos acerca la salud física, acerca de la vida moral, y acerca de la vida espiritual y todos los ritos necesarios para las fiestas y los días especiales que debían ser observados y guardados como la celebración de la pascua como el día de su liberación (Exodo 12:43).

El Decálogo es estrictamente espiritual. Las primeras cuatro leyes tienen que ver con nuestros deberes para con Dios, y dentro de estos mandamientos está el del sábado, que es el cuarto, donde Dios ordena observar algo que ya era costumbre celebrar, un día de los siete que tiene una semana, para descansar. Respecto de esto nos dice Mathew Henry en su comentario: ¨El día de reposo para el Señor debe ser un día de descanso del trabajo secular, para reposar en el servicio de Dios¨. Así como debe ser observado este día de reposo, de la misma manera deben ser observados y respetados los seis días de trabajo para una vida productiva, haciendo honor a la dignidad que nos proporciona el trabajo honroso. Los últimos seis mandamientos se refieren a nuestra relación entre nosotros mismos.

Cuando Jesús vino a la tierra estableció la esencia del valor universal de estas leyes al resumirlas en dos: ¨Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas¨ (Mateo 22:37-40) De esta manera quedaban fuera todas las leyes rituales, y solamente eran vigentes aquellas que tenían un valor puramente y espiritual.

Note usted que la esencia de toda ley divina es el amor. Es por esto que el cumplimiento cabal de estas leyes se vio en la persona de Jesucristo en la cruz. La cruz prefigura de forma simbólica, todo el sentido de la esencia del Decálogo. En estas leyes hay verticalidad y horizontalidad, leyes que apuntan a Dios y leyes que apuntan a nuestros semejantes, nuestros parientes, nuestros amigos y nuestro prójimo. Jesucristo nos invita a llevar cada día esa cruz, la que nos indica el camino de la obediencia a los preceptos de Dios y el amor puro hacia él y hacia nuestro prójimo (Mateo 9:23).

III. El Exodo del Pueblo de Dios Hacia la Tierra Prometida. Exodo 21-40.

Moisés tenía ochenta años cuando Dios le llamó para la tarea de libertar a Israel del yugo egipcio. Aunque él estaba convencido de que sus días, como los de todo ser humano eran cortos sobre la tierra, tal como lo describe en el salmo 90, no sabía en todos sus detalles que Dios tenía otros planes para él, planes que lo llevarían a una longevidad que llegaría a los ciento veinte años. Así que, aún pensando que su vida terminaba, en realidad estaba a punto de comenzar. Nuestra vida verdadera comienza el día que tenemos una experiencia con Dios, porque nos convertimos en nuevas criaturas con una misión especial. El día que nos convertimos recibimos el Espíritu Santo, el cual nos capacita con nuevos dones y habilidades para el servicio del Señor en la iglesia.

Todo el gran valor de la vida de Moisés comenzó cuando Dios le encomendó la tarea de llevar al pueblo de Israel camino de la libertad por la ruta de la tierra prometida. Moisés vio como Dios respaldó la palabra de que estaría con él, tal como se lo mostró en la presencia permanente y misteriosa de una nube, que cubría al pueblo en la vastedad del desierto durante el día para protegerles del calor y de la luz; y de noche, esta nube se convertía en una columna de fuego que los protegía de la oscuridad y del frío.

Dios proveyó todo sustento para su pueblo en todo su peregrinar: comida, agua, vestido y calzado. La comida venía del cielo, el maná; y el vestido y el calzado no se envejecía. Aquí vieron los hijos de Israel lo que Jesús enseñó acerca del cuidado que el Padre Celestial tiene de cada uno de nosotros (Mateo 6:25-34). Todo lo que esta nación necesitaba en el desierto, hasta el más mínimo detalle, Dios se lo proporcionó.

Pero el pueblo de Israel fue desobediente y malcriado, inconforme y desagradecido. Se quejaban constantemente contra Dios delante de Moisés. Aun los propios hermanos de Moisés se quejaban de él. El pueblo de Israel prefería volver a la esclavitud, con tal de disfrutar de la porquería caliente que les daban los egipcios. Me recuerda la parábola del hijo pródigo, que dejó los mimos y cuidados que tenía en la casa de su padre amoroso para terminar cuidando cerdos y llegó a desear comer su sucia y podrida comida (Lucas 15:11-32).

En una ocasión, mientras Moisés estaba en el monte con Dios, el pueblo erigió un dios conforme a sus deseos y bajas pasiones, un becerro de oro que hicieron con las alhajas que trajeron de Egipto, evocando los días de su esclavitud espiritual, como un perro que come lo que vomita, o una puerca lavada que se revuelca en el lodo (2 Pedro 2:22). Por causa de este tipo de actitud, el pueblo de Israel que salió de Egipto fue siendo diezmado poco a poco, quedando postrados en el desierto. No soportaron la disciplina, no pasaron la prueba.

Moisés hizo todo a su alcance para hacer que el pueblo caminara según los preceptos de Dios, y hasta se perjudicó a sí mismo delante de Dios por causa de la indignación que le producía la dureza de corazón del pueblo desobediente, y llegó incluso a desafiar a Dios para que lo borrara de su libro si determinaba destruir a los israelitas por su maldad (Exodo 32:32). Un hombre así es algo fuera de serie. Y Dios vio el gran amor que Moisés tenía por su pueblo. ¡Cómo tienen que aprender nuestros políticos de ese amor desinteresado de Moisés hacia su nación!

Dios hizo de Moisés no sólo un líder militar y político, sino también el guía espiritual y el consejero de Israel, hizo de él un profeta, y de la familia de Moisés, de su hermano Aarón se constituyeron los sacerdotes, los famosos Levitas. Dios le dio a Moisés indicaciones para la construcción del Tabernáculo con todos los detalles necesarios para los elementos que lo constituirían, como la construcción del arca del pacto. El tabernáculo era el templo ambulante que prefiguraba el templo fijo que muchos siglos después habría de construir Salomón por instrucciones de su padre David. El tabernáculo era un lugar donde la presencia de Dios era evidente por medio de una nube. Esta nube indicaba el lugar donde debían acampar y erigir o levantar el tabernáculo.

Dios quería que la nación disfrutara de su gobierno teocrático, pero ellos no estaban dispuestos a vivir bajo el dominio de Dios. Por este motivo tuvieron que vagar por el desierto durante cuarenta años, como un pueblo nómada y errante, cuando hubieron podido llegar a Canaán mucho más rápido y por otro camino. Pero ese era el camino que Dios quería que ellos recorrieran, recuerde lo que dice la Biblia: ¨Hay camino que al hombre parece derecho; empero su fin son caminos de muerte¨ (Proverbio 14:12). Los caminos de Dios son muy diferentes a los nuestros. Como Dios nos conoce muy bien, siempre nos lleva por los caminos donde podemos necesitar de su ayuda y de su auxilio para que no nos olvidemos de cuán peligrosa es nuestra lucha y cuán incapaces somos, para que entendamos que no somos autosuficientes, y que lo necesitamos a él en cada trecho que andamos.

El pueblo marcha en búsqueda de la tierra prometida, una tierra desconocida para ellos. Esa es la idea, los hijos de Dios estamos en el mundo como errantes peregrinos porque nos dirigimos a la patria celestial, la Nueva Jerusalén, una ¨ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios¨ (Hebreos 11:10). En definitiva, ese es también el destino del pueblo de Israel, y hasta que no reconozcan a Cristo como el Mesías, no tendrán paz, y mucho menos podrán disfrutar de la tierra prometida. Los enemigos la rodearán y la sitiarán en un asedio constante hasta que clamen a Dios y reconozcan a su Cristo al que han rechazado.

Querido amigo, como el pueblo de Israel, no tendrás paz, ni garantía de una ciudadanía segura en la patria celestial, hasta que no reconozcas a Jesucristo como tu Señor y Salvador. Vagarás como errante peregrino por el desierto de la vida sin encontrarle sentido a la existencia, hasta que te decidas regresar a Dios por el único camino que él ha señalado: Jesucristo. Jesús te dice: ¨Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan¨ (Mateo 7:13-14). Entra hoy, ahora.

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